_Corré –le decís despegándola de vos- y buscá a la policía.
Ella te da otro beso y se embala a veloz tranco hacia el exterior del castillo.
Vos vas hacia donde está Rodolfo y te parece que no se mueve. Lo pateás sobre el
hombro con la planta de tu zapatilla y nada. Te acercás más para voltearlo de
cara al techo y lo hacés con dificultad, porque el tipo pesa sus buenos kilos,
pero sigue blandamente desfallecido.
_¿Lo habré matado? –te preguntás. Y en cuanto te acercás a tomarle el pulso de
la muñeca, el supuesto cadáver reacciona como rayo tomándote de la muñeca y
retorciéndote el brazo hasta quebrarlo. El dolor es intenso, tratás de
levantarte mas te revienta algo contra la cabeza y caés noqueado sobre el piso
del laboratorio.
Te despertás con la visión nubosa y una fuerte jaqueca. Ves a los lados y
descubrís que estás adentro de la cabina que antes contenía a la chica.
_Buen día idiota –se burla golpeando con los dedos el cristal de la casilla. Con
un puñetazo tratás de quebrar el vidrio, descargando bronca acumulada, pero éste
resiste como si estuviera templado.
_Es vidrio templado –te aclara- no te esfuerces. Tus amigos están también
encerrados, aunque tienen menos suerte que vos; a uno que dice llamarse Agustín
ya le falta una de sus preciosas piernas. El otro todavía permanece enterito...
No sabés si miente pero, si los conoce, quiere decir al menos que están vivos en
algún sitio. |
_Tenés ahora que escoger alguno de los animales que ves a tu alrededor, para que
yo te transfiera a su cuerpo –te ordena mostrándote cuatro recintos de
diferentes tamaños: en el primero -un frasco-, revolotea un diminuto mosquito;
en el segundo -una jaula de escasas dimensiones-, se posa nerviosamente un
zorzal; la tercera es ya una caja mayor con enrejado, dentro de la que se mueve
furioso un perro; y en la cuarta, más grande aún, hay un monito chimpancé.
_No voy a darte el gusto de elegir –le reprochás en tono severo.
_Muy bien –dice y saca de un cajón una especie de gran jeringa transparente con
una etiqueta que se esfuerza por que leas... dice “GAS CIANHÍDRICO”. La acerca
con tranquilidad a un orificio circular de tu celda que semejaba estar cerrado y
quita la traba del pistón para insuflar el veneno en ella. Te saluda
simpáticamente con su mano y tu mente -que reflexionaba a cien por hora-, le
ordena hablar a tu lengua de inmediato: “¡Está bien, elegiré...”
Escogés el mosquito
Te decidís por el zorzal
Lo hacés por el perro
Elegís el mono
Te negás nuevamente a elegir
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