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EXPERIMENTO MORFO (pág. 30)

_Corré –le decís despegándola de vos- y buscá a la policía.

Ella te da otro beso y se embala a veloz tranco hacia el exterior del castillo. Vos vas hacia donde está Rodolfo y te parece que no se mueve. Lo pateás sobre el hombro con la planta de tu zapatilla y nada. Te acercás más para voltearlo de cara al techo y lo hacés con dificultad, porque el tipo pesa sus buenos kilos, pero sigue blandamente desfallecido.

_¿Lo habré matado? –te preguntás. Y en cuanto te acercás a tomarle el pulso de la muñeca, el supuesto cadáver reacciona como rayo tomándote de la muñeca y retorciéndote el brazo hasta quebrarlo. El dolor es intenso, tratás de levantarte mas te revienta algo contra la cabeza y caés noqueado sobre el piso del laboratorio.

Te despertás con la visión nubosa y una fuerte jaqueca. Ves a los lados y descubrís que estás adentro de la cabina que antes contenía a la chica.

_Buen día idiota –se burla golpeando con los dedos el cristal de la casilla. Con un puñetazo tratás de quebrar el vidrio, descargando bronca acumulada, pero éste resiste como si estuviera templado.

_Es vidrio templado –te aclara- no te esfuerces. Tus amigos están también encerrados, aunque tienen menos suerte que vos; a uno que dice llamarse Agustín ya le falta una de sus preciosas piernas. El otro todavía permanece enterito...

No sabés si miente pero, si los conoce, quiere decir al menos que están vivos en algún sitio.

_Tenés ahora que escoger alguno de los animales que ves a tu alrededor, para que yo te transfiera a su cuerpo –te ordena mostrándote cuatro recintos de diferentes tamaños: en el primero -un frasco-, revolotea un diminuto mosquito; en el segundo -una jaula de escasas dimensiones-, se posa nerviosamente un zorzal; la tercera es ya una caja mayor con enrejado, dentro de la que se mueve furioso un perro; y en la cuarta, más grande aún, hay un monito chimpancé.

_No voy a darte el gusto de elegir –le reprochás en tono severo.

_Muy bien –dice y saca de un cajón una especie de gran jeringa transparente con una etiqueta que se esfuerza por que leas... dice “GAS CIANHÍDRICO”. La acerca con tranquilidad a un orificio circular de tu celda que semejaba estar cerrado y quita la traba del pistón para insuflar el veneno en ella. Te saluda simpáticamente con su mano y tu mente -que reflexionaba a cien por hora-, le ordena hablar a tu lengua de inmediato: “¡Está bien, elegiré...”

Escogés el mosquito

Te decidís por el zorzal

Lo hacés por el perro

Elegís el mono

Te negás nuevamente a elegir

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