Es posible que en el tubo de cianhídrico hubiera sólo aire. Y si no fuera así,
de todos modos no le convendría matarte, porque se quedaría sin mascota para su
experimento.
_Ya sé en cuál quiero entrar –indicás decidido, moviendo la mano para que
acerque su oído a la cabina...- Quiero meterme en tu culo, ¡trolaso!
_Muy bien –responde imperturbable- haremos eso, pero entrarás por el lado
contrario al que vos te imaginás. No creo que hayas probado nunca la carne
humana; es la más deliciosa que existe, sobre todo cuando se cuece viva sobre
las brasas.
Saca otra gran jeringa parecida a la anterior y la vacía dentro de tu casilla.
Empezás a ver todo blanco y te sentís morir.
Horas más tarde, te mojan la cara y golpean tus mejillas. “Despertate gil” –te
resuena en los oídos fríos. Levantás los párpados y te ves sujeto por alambres a
una brochète enorme. Debajo, hay cantidades considerables de carbón y leña,
apilados como para hacer un asado.
_Ahora sí, despiertito es como sale más sabroso –el científico enciende los
leños con kerosén y pone a rodar el palo de donde colgás. |
Transpirás y transpirás. Las gotas chorrean sobre las llamas, cada vez más
altas. Notás tu desnudez completa y ves hacia tus pies como se te chamuscan los
pelitos de las piernas. El calor principia a quemarte, pero no podés moverte más
que un poco. Te arde todo, más y más. Y más.
Con la tez al rojo vivo, llegás a ver como Peñasco ha colocado a Daniel dentro
de la máquina para transferir espíritus. Estás asándote en una esquina del
laboratorio común, justo debajo de la campana para gases que seguramente da a la
chimenea del castillo.
La piel se te ve roja, el carbón especialmente preparado por el profesor, se ha
convertido rápidamente en brasa ígnea. Las primeras capas de la epidermis
empiezan a crepitarte. El dolor es seco y profundo. Dejás de respirar. Los ojos
te quedan abiertos y morís sintiendo cómo se te deshidratan hasta endurecerse.
Sos asado.
FIN |