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EXPERIMENTO MORFO (pág. 46)

_El perro –pensás que la mejor forma de relacionarte luego con las personas será siendo el mejor amigo del hombre.

_Muy fácil; despreciás mi ingenio, pero respetaré tu decisión –te sobra.

Dicho esto, saca una tarjeta del bolsillo superior de su guardapolvo y la introduce en una ranura de tu cabina. Toma al perro, afloja la reja de su caja y lo suelta dentro de la otra casilla. Pone también una segunda tarjeta magnética en el sitio análogo correspondiente al canino. Se acerca a los controles y te comenta: “Por si las cosas salieran mal o algo me pasara a mí, espero que hayas prestado atención al procedimiento de encendido. Es importante que recuerdes que -en teoría- el ciclo es reversible. No, no; mejor dicho es inversible.”

_¿Qué quiere decir eso? –te interesás en saber.

_No importa. De cualquier manera te convertirás en ovejero dentro de unos minutos, y tendrás tareas que hacer en el campo... –se ríe casi sin poder parar.

El doctor tipea unos números en el teclado central del equipo. Ves que aparece en pantalla el título “EXPERIMENTO MORFO” y selecciona entre dos menús lo siguiente: “desde HOMO SAPIENS SAPIENS a CANIS FAMILIARIS”. Pulsa entonces un diminuto botón turquesa y la máquina se enciende.

Adentro de tu cabina ves como todo se pone amarillo. Se adueña de vos una sensación de división, como si te estuvieras separando en dos partes. No tenés problema en mantenerte parado, pero observás cómo tu cuerpo se desploma. Tu espíritu sigue en pie. El conocido sonido de una aspiradora hogareña emerge del techo de la casilla. En el lugar sentís vientos que tratan de llevarte hacia un estrecho orificio. Cada vez son más poderosos, hasta que consiguen hacerte flotar.

Increíblemente, sentís y ves cómo vas pasando a través de un delgado tubo transparente. Mientras fluís, podés llegar a darte cuenta de que el científico, apoyado contra una de las paredes, se toma el pecho con rostro adolorido.

Saliendo del cañito, desembocás en el habitáculo del perro. También allí está todo amarillo. El animal se encuentra descansando. Una sensación de embudo se adueña de vos y sos absorbido por el cuerpo cuadrúpedo. Una ves que entrás en él, oís ladridos que se alejan y ves cómo un espíritu de perro se distancia hacia arriba, hasta perderse de vista.

El ruido del aparato termina; campanillea cortamente un timbre y la puerta de tu cabina se abre, haciendo un pluf de descompresión.

Todo es ahora un poco más grande de lo que recordás. Caminás hacia la casilla donde estaba tu cuerpo y lo ves arrumbado en el piso. Su puerta permanece cerrada.

Con la lengua afuera saltás hacia donde está el profesor. Su rostro se ve feliz pero desfalleciente.

Con dificultad entendés lo que te dice: “Lo siento mucho, pero me alegro de que haya funcionado. Mis anotaciones sobre el proceso están en el otro laboratorio, sobre la mesada angosta del fondo. Es vital que retengas esto que te voy a decir para poder continuar...”

Saca una pequeña agenda que guardaba en la contrasuela de su zapato y lee: “Debés leer la página recuadrada con rojo. El mensaje allí escrito se encuentra encriptado para que sólo pueda ser entendido por quien posea la clave. Ya que sos ahora un perro, tu clave es ÑYXY 2”

Y dicho esto, cae muerto de un ataque al corazón.

Seguí adelante -y no olvides la clave-

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