Te imaginás como mosquito, con corta vida y no te gusta. La idea de ser zorzal
empieza a entusiasmarte, pero el dolor de un gomerazo que recordás de la
infancia te hace desistir. Un perro no te entusiasma mucho, porque te sentirías
imposibilitado de trepar los árboles y ver todo desde arriba, cosa que siempre
te ha gustado. Es el mono el que corresponde entonces; será parecido a sentirte
humano. Sin duda es lo mejor.
_Elijo al chimpancé –te pronunciás decidido.
_¡Ah!; se te ha dado por lo fácil; pensás que te vas a sentir cómodo siendo
simio porque lo ves parecido a vos mismo –lamenta el científico-. De todas
formas ya tenés gesto de mono –se burla riéndose.
Dicho esto, saca una tarjeta del bolsillo superior de su guardapolvo y la
introduce en una ranura de tu cabina. Abre la jaula del mono, lo toma de la mano
y lo mete dentro de la otra casilla. Pone también una segunda tarjeta magnética
en el sitio análogo correspondiente al chimpancé. Se acerca a los controles y te
comenta: “Por si las cosas salieran mal o algo me pasara a mí, espero que hayas
prestado atención al procedimiento de encendido. Es importante que recuerdes que
-en teoría- el ciclo es reversible. No, no; mejor dicho es inversible.”
_¿Qué quiere decir eso? –te interesás en saber.
_No importa. Cuando yo era chico recuerdo que tenía unos monitos de colores que
se enganchaban; te vas a parecer a ellos muy pronto... –su carcajadas casi no lo
dejan respirar.
El doctor tipea unos números en el teclado central del equipo. Ves que aparece
en pantalla el título “EXPERIMENTO MORFO” y selecciona entre dos menús lo
siguiente: “desde HOMO SAPIENS SAPIENS a PAN TROGLODYTES”. Pulsa entonces un
diminuto botón turquesa y la máquina se enciende.
Adentro de tu cabina ves como todo se tornasola. Se adueña de vos una sensación
de división, como si te estuvieras separando en dos partes. No tenés problema en
mantenerte parado, pero observás cómo tu cuerpo se desploma. Tu espíritu sigue
en pie. El conocido sonido de una aspiradora hogareña emerge del techo de la
casilla. En el lugar sentís vientos que tratan de llevarte hacia un estrecho
orificio. Cada vez son más poderosos, hasta que consiguen hacerte flotar. |
Increíblemente, sentís y ves cómo vas pasando a través de un delgado tubo
transparente. Mientras fluís, podes llegar a darte cuenta de que el científico,
apoyado contra una de las paredes, se toma el pecho con rostro adolorido.
Saliendo del cañito, desembocás en el habitáculo del mono. También allí está
todo tornasolado. El animal se encuentra sentado con cara inocente. Una
sensación de embudo se adueña de vos y sos absorbido por el nuevo cuerpo. Una
ves que entrás en él, ves que sale del mismo el espíritu del monito y se aleja
trepando y trepando, hasta perderse de vista.
El ruido del aparato termina; campanillea cortamente un timbre y la puerta de tu
cabina se abre, haciendo un pluf de descompresión.
Todo se ve igual. Caminás hacia la casilla donde estaba tu cuerpo y lo ves
arrumbado en el piso. Su puerta permanece cerrada.
Das unos pasos repitiendo unas cuantas “us” en diferentes tonos hacia donde está
el profesor. Su rostro se ve feliz pero desfalleciente.
Con dificultad entendés lo que te dice: “Lo siento mucho, pero me alegro de que
haya funcionado. Mis anotaciones sobre el proceso están en el otro laboratorio,
sobre la mesada angosta del fondo. Es vital que retengas esto que te voy a decir
para poder continuar...”
Saca una pequeña agenda que guardaba en la contrasuela de su zapato y lee:
“Debés leer la página recuadrada con rojo. El mensaje allí escrito se encuentra
encriptado para que sólo pueda ser entendido por quien posea la clave. Ya que
sos ahora un simpático monito, tu clave es KQK 3”
Y dicho esto, cae muerto de un ataque al corazón.
Seguí adelante -y no olvides la
clave- |