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Leyenda del Bosque - CAPÍTULO 3

Bajo el ombú

Puma Silencioso llegó a Buenos Aires, la provincia grande donde habían hallado el tallo de árbol especial esperanza del mundo.   Ese árbol contenía la savia mágica con la que podían totemnizarse nuevos espíritus del bosque.   Sin esa savia, tarde o temprano se apagaría el fuego de la vida que entonces iluminaba todo y el frío de la inertidad se adueñaría del planeta.

Cóndor Libertador se mantenía atento desde el aire.   En la venida desde los pagos mendocinos, donde se había reunido el Consejo, ya habían atravesado un feroz combate en San Luis y sobrevivido al rescate de un niño humano en las aguas de un dique cordobés.   Ahora la llanura pampeana, con verdores fértiles por donde se mirase, recibía al los dos espíritus del bosque.

La tarde alcanzó con lluvia a nuestro amigo felino.   Un ombú solitario apareció entre pastos y fue mucho más que cobijo...

Ya que no es malo contar con un buen techado de hojas que lo cubran a uno cuando arrecia el aguacero y dado que tampoco viene demás comer un poco, había llegado el momento de cazar.   Traía el pampero aroma delicioso a jabalí.   Era ese un bicho duro de atrapar pero no imposible.   Y para sorpresa de Puma, el aroma se hizo más y más fuerte y pronto apareció su fuente, caminando libremente entre la hierba mojada.

Petizo, peludo y dientón, el jabalí se acercó a Silencioso y lo miró como si fuese una vidriera en exposición.   Sin perder tiempo, nuestro amigo se abalanzó sobre la presa, que refunfuñó molesto y se corrió con habilidad.   Lejos de huir, permaneció observando al felino como al principio.   Puma volvió a lanzarse y nuevamente falló.   La escena se repetía una y otra vez.

Tras la primera hora de bocados de aire, el jabalí seguía observando a Silencioso y Silencioso, resignado, ya sonreía.

-Eres el legendario...- comentó entonces el negado almuerzo.   –Te conozco por relatos pero al verte supe que se trataba de ti.

-Soy yo- confirmó el espíritu del bosque, apenado de conversar con su alimento en vez de masticarlo.

-¿Qué andas haciendo por estos sitios?

-Estoy en una misión importante- respondió nuestro amigo sin dar mayores detalles.

-¿Lo del tallo de Tandil?- preguntó el Jabalí inesperadamente.

-¡Eh!   ¿Cómo sabes eso?   ¿Quién te ha contado?

El jabalí se mostró extrañado, como si él no esperase que Puma se sorprendiese por lo que acababa de decir.   –Muchos animales conocen la noticia.   Hasta he oído publicidad comentada por los horneros.

Lo que se estaba enterando Puma en ese instante resultaba grave.   Si no se mantenía en secreto la existencia del tallo hasta que el sector estuviese asegurado, existían muchos riesgos.

-Debemos hablar- inquirió Silencioso.   –Acércate aquí al cobijo del ombú.   No te comeré.

-Ja, ja- rió el jabalí.   –No te comeré... cómo si pudieses...- el espíritu primero se puso serio pero enseguida cayó en la cuenta de que el animal tenía razón y rió junto con él.

Los dos se acomodaron protegidos por el follaje.   Por esas horas la tormenta se hacía más y más violenta.

-¿Qué es lo que sabes?- comenzó Puma.

-En Tandil- explicó sin rodeos, -ha crecido un enorme tallo que parece indestructible.   Tal cual el cuento aquel de las habas mágicas, en que la planta subía hasta las nubes...

Puma respiró más aliviado.

-...Parece tratarse de un vegetal modificado por los humanos; muchas personas lo visitan y por la noche, cuando el gentío se disipa, nos acercamos los animales.   Hay unos perros guardianes, pero se los puede distraer para acercarse.

-¿Tú lo has visto de cerca?- se interesó Puma.

-Casi todos los días.   No tengo problema para entrar; los canes ya no intentan atraparme; se han dado por vencidos.   Es una planta de buen sabor.   Da unos frutos pequeños color rozado que saben a carne de buey.

-¿A carne?- se extrañó nuestro amigo.

-Así es, yo he degustado toneladas de ellos, son deliciosos.   Pero dime, ¿qué es lo tienes que hacer con ese tallo, si se puede saber?

-Por ahora es secreto- mencionó el espíritu del bosque, -pero puedo anticiparte que traerá la felicidad de todos si tengo éxito.

-¿Puedo ayudar?- ofreció el jabalí.   –Mi perseverancia para lograr objetivos sería de gran utilidad.   Tal vez alguna tarea menor o lo que fuese.   Sería para mí un honor ayudar a los legendarios guardianes.

Puma meditó unos minutos sin emitir palabra.   Cuando alguien deseaba ingresar al Consejo, cosa que podía solicitarse, la propuesta se analizaba con el resto de espíritus hasta llegar a una decisión.   De todas formas no había aún savia mágica para poder totemnizar a alguien, pero correspondía llevar la solicitud del jabalí al Consejo.

-Llevaré tus palabras ante el Consejo de Tótem y conocerás la respuesta cuando sea tu tiempo-   aclaró Puma.   El jabalí no conocía por suerte la verdadera misión; Silencioso podía perderse de vista cuando rumbease hacia el auténtico tallo especial, para que el otro animal no sospeche, aunque los dos tallos estaban en Tandil, y sería muy difícil mantener una custodia que pase inadvertida por casi cinco años –el tiempo necesario para que el árbol esté listo.

-Tienes mi palabra.   Si me necesitan, ayudaré con lo que sea- añadió el jabalí antes de partir.

Algo llamaba especialmente la atención de Puma en ese animal.   Además de su implacable perseverancia, demostrada ya en el asunto de observar al guardián pese a que éste deseaba devorarlo, había cierto aire de honor que se respiraba a su lado.

Acostumbrado a no desoír las señales que el Gran Jefe pone en el camino, Puma Silencioso decidió no pasar por alto aquel detalle.   Mediante un profundo y agudo rugido, comunicó a Cóndor Libertador que necesitaba la presencia del espíritu especializado en el arte de imaginar.

El plan de Puma era poner alguna prueba a aquel jabalí, que le demostrase si estaba frente a un posible futuro totemnizado o sólo había sido la suya una impresión equivocada.   Cabe aclarar que no sería el jabalí mismo a quien se totemnizase -en caso de confirmar los augurios- sino que sus dones se sumarían a los de un humano que también estuviese listo para ello.

Fue así que Cóndor Libertador viajó hasta el África, lugar donde habitaba la antigua guardiana inventora...   Pantera Creativa masticaba carne aún tibia cuando Libertador la avistó desde lo alto.   Entendiendo su mensaje, montó en panadero y partió rumbo a las tierras americanas.

Estando aún bajo el ombú, pese a que la tormenta ya amainaba, Puma recibió a Creativa; le explicó con detalles lo que buscaba y siguió entonces con la importante misión que lo había llevado hasta allí, mientras Pantera se encargaba de lo suyo.

Llegado a Tandil, por la noche, Silencioso se encaminó primero hasta donde el relato del jabalí ubicaba al extraño tallo gigante...

Nadie rondaba por esa zona.   Los perros de guardia, tal cual habían sido descritos, eran los únicos que custodiaban el acceso para humanos.   Como buenos ejemplares de su especie, supieron reconocer a Puma ni bien lo vieron asomarse y no emitieron el más mínimo ladrido.

El espíritu del bosque se acercó entonces hasta el enorme tallo.   Medía unos quince metros ya y su aspecto fresco denotaba que seguiría creciendo.   Sus frutos eran algunos pequeños y rozados, y por las zonas altas, donde seguro el jabalí no había llegado a ver, había otros más grandotes y redondos como tomates, de un color rojo punzante.   No eran tomates, mas parecían.

Puma golpeó la corteza para estimar la robustez de la planta.   Sorprendentemente, el vegetal dejó escapar un sonido profundo como salido de un tubo.   Era hueco por dentro.

Ya que medía unos dos metros de diámetro, cabía la posibilidad de abrirse paso tras la corteza y zambullirse en su interior, para ver de qué se trataba...

Haría eso Puma... ¿Qué piensan ustedes?

Pues lo hizo.   Rasgó una pequeña portezuela por donde cabía su cuerpo, y sin más luz que la proveniente de los astros y la blanca Luna, Silencioso saltó dentro de la planta.

Mientras lo hacía, por su cerebro cosquilleó una inquietante idea quizá digna de la imaginación de Pantera Creativa: Si los frutos tenían gusto a carne como aseguró el jabalí, sabiendo que es muy difícil sino casi imposible que una planta fabrique frutos con tejido animal, tal vez el tallo era un inmenso vegetal carnívoro, que atraía a sus presas con el misterio de su oquedad, luego les facilitaba el acceso mediante una corteza no muy gruesa, fácil de cortar, y por último se cerraba digiriendo al huésped y llenando con sus restos los pequeños frutitos.

Si así era, ya estaba cayendo adentro, así que estaba por enterarse...

Confirmando las peores expectativas, unas vez dentro la improvisada puerta cicatrizó a gran velocidad, cerrándose por completo.   Puma estaba ahora rodeado del enorme tallo, parado sobre lo que parecía un suelo tremendamente húmedo.   Hacia arriba, una luz escasa lograba colarse a través de la delgada corteza; pero no alcanzaba para distinguir nada con claridad.   La sensación allí se tornaba a cada instante más mojada y ácida.   Todo parecía indicar que se trataba de una especie de estómago.

De repente, sin mediar preámbulo alguno, la habitación cilíndrica se encendió con una luminosidad verdosa y empezaron a oírse palabras: “Puma... Puma Silencioso...   Guardián del fuego de la vida...   Lo que escuchas es la voz del reino vegetal; te hemos traído hasta aquí para poder ayudarte en tu misión; pregunta lo que quieras y obtendrás las respuestas que necesites para cumplirla...”

Era esa la primera vez que Silencioso oía hablar a una planta.   Sabía por experiencia que los árboles, que son los seres más sabios del bosque, tenían otras formas para hacerse entender.   Así que esa situación le resultó muy sospechosa.

-¿Cuál es mi misión verdadera?- inquirió el espíritu del bosque.

-Mantener vivas las especies del planeta- respondió el tallo.   A medida que hablaba, la intensidad de la luz verdosa iba modificándose, como siguiendo el ritmo de cada oración.

-Pero yo quiero saber ¿cuál es la misión exacta que debo cumplir ahora?- insistió Silencioso.

-¿Pues no lo sabes tú?   ¿A qué has venido entonces hasta aquí?- repreguntó el supuesto vegetal.

Puma confirmó sus sospechas de que aquello no era más que una sucia tramoya de algún conjunto de espíritus malvados, que de seguro sospechaban la existencia de una misión con importancia para los guardianes del fuego de la vida, y querían averiguar de qué se trataba para interponérseles.

En efecto, la planta comenzó a inquietarse al no obtener lo que buscaba y sus palabras se tornaron más nerviosas: -Bien, bien; di para qué viniste que se acaba el tiempo.

Puma respiró profundo –pese a lo molesto del ambiente que lo rodeaba- y lanzó un atemorizador rugido.   Las paredes del alto tallo vibraron.

Ya sintiéndose sin chances de engañar al espíritu del bosque, los malvados decidieron acabarlo aprovechando la situación ventajosa de ese momento.   Unos jugos ardientes comenzaron a precipitarse en torrentes sobre el lomo de Silencioso.   Cada gota lograba quemarle el pelaje y levantarle las primeras ampollas.

Desde dentro, pese a que casi ya no servía aquel aire para respirar, nuestro amigo rasguñaba y rasguñaba con las potentes garras para abrirse una nueva portezuela y poder escapar a la inminente digestión de que estaba por ser objeto.   Pero las paredes resultaban inusualmente rígidas.

Los jugos ácidos seguían cayendo y Puma casi había agotado sus esperanzas, cuando logró oír golpes y ladridos enfurecidos que venían del exterior.

Pronto, un atisbo de brisa se coló por uno de los lados.   Otro poco más... y por fin, un enorme tajo desgarrado desde fuera, hizo el hueco suficiente para que Silenciosa dejase aquel horrendo tallo gigante.

Al salir, reconoció a los dos canes que no habían ladrado cuando él llegase: eran nada menos que dos legendarios espíritus: Perro Sereno y Perro Afable.   El primero con su expresión tranquila y la baba chorreándole de los mofletes peludos.   Y el segundo con su lengua fuera en señal de afecto genuino y el pelaje recortado por la claridad de la Luna.

El tallo, expresión maligna de quién sabe qué espíritus oscuros, sabiéndose derrotado inició un galopante marchitaje, quedando en minutos reducido a restos secos que arrastraba cualquier ventolín, disgregándolos por aquí y allá.

Mientras Afable lamía las enormes heridas de Puma, Sereno decidió correr hacia el este a buscar más ayuda.

Pronto regresó con Cóndor Libertador siguiéndolo por lo alto, y el Lobo Que Nunca Duerme en persona.

-Amigo mío- se acercó el Presidente del Consejo a Silencioso.   –¿Crees que podrás llegar a la costa para aliviar tus llagas con las algas del mar austral?

Puma no respondía.   Pese a los cuidados que ya estaba recibiendo, su situación era muy crítica; los ácidos lo habían quemado por doquier, y el respirar aquellos vapores corrosivos lo habían dañado mucho por dentro.   Apenas si podía tenerse en pie.

-Conocí a un jabalí- llegó a balbucear el espíritu herido.   –Deseaba ayudarnos...- articuló el último vocablo y se tumbó de lado haciendo temblar la hierba en derredor.

Lobo asió del pescuezo al pesado Silencioso y a paso veloz lo remolcó más de cien kilómetros hasta las playas.   Mientras tanto, Cóndor y ambos Perros, que los habían acompañado, recolectaron las algas suficientes para tratar a su amigo y las acercaron a su posición.

-Yo cuidaré de Silencioso- indicó Impeesa; -ustedes tráiganme a ese jabalí.   ¡Buena caza muchachos!

Unos días después, Puma Silencioso comenzaba a recuperarse y de mañana, aparecían tras los médanos Perro Sereno, el jabalí y un humano de honorable estampa que los acompañaba agitado...

La leyenda continúa...

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