Puma
Silencioso llegó a Buenos Aires, la provincia grande donde habían
hallado el tallo de árbol especial esperanza del mundo.
Ese árbol contenía la savia mágica con la que podían
totemnizarse nuevos espíritus del bosque.
Sin esa savia, tarde o temprano se apagaría el fuego de la
vida que entonces iluminaba todo y el frío de la inertidad se adueñaría
del planeta.
Cóndor
Libertador se mantenía atento desde el aire.
En la venida desde los pagos mendocinos, donde se había reunido
el Consejo, ya habían atravesado un feroz combate en San Luis y
sobrevivido al rescate de un niño humano en las aguas de un dique
cordobés.
Ahora la llanura
pampeana, con verdores fértiles por donde se mirase, recibía al los
dos espíritus del bosque.
La
tarde alcanzó con lluvia a nuestro amigo felino.
Un ombú solitario apareció entre pastos y fue mucho más que
cobijo...
Ya
que no es malo contar con un buen techado de hojas que lo cubran a uno
cuando arrecia el aguacero y dado que tampoco viene demás comer un
poco, había llegado el momento de cazar.
Traía el pampero aroma delicioso a jabalí.
Era ese un bicho duro de atrapar pero no imposible.
Y para sorpresa de Puma, el aroma se hizo más y más
fuerte y pronto apareció su fuente, caminando libremente entre la
hierba mojada.
Petizo,
peludo y dientón, el jabalí se acercó a Silencioso y lo miró
como si fuese una vidriera en exposición.
Sin perder tiempo, nuestro amigo se abalanzó sobre la presa, que
refunfuñó molesto y se corrió con habilidad.
Lejos de huir, permaneció observando al felino como al
principio.
Puma
volvió a lanzarse y nuevamente falló.
La escena se repetía una y otra vez.
Tras
la primera hora de bocados de aire, el jabalí seguía observando a Silencioso
y Silencioso, resignado, ya sonreía.
-Eres
el legendario...- comentó entonces el negado almuerzo.
–Te conozco por relatos pero al verte supe que se trataba
de ti.
-Soy
yo- confirmó el espíritu del bosque, apenado de conversar con
su alimento en vez de masticarlo.
-¿Qué
andas haciendo por estos sitios?
-Estoy
en una misión importante- respondió nuestro amigo sin dar mayores
detalles.
-¿Lo
del tallo de Tandil?- preguntó el Jabalí inesperadamente.
-¡Eh!
¿Cómo sabes eso?
¿Quién te ha contado?
El
jabalí se mostró extrañado, como si él no esperase que Puma
se sorprendiese por lo que acababa de decir.
–Muchos animales conocen la noticia.
Hasta he oído publicidad comentada por los horneros.
Lo
que se estaba enterando Puma en ese instante resultaba grave.
Si no se mantenía en secreto la existencia del tallo hasta que
el sector estuviese asegurado, existían muchos riesgos.
-Debemos
hablar- inquirió Silencioso.
–Acércate aquí al cobijo del ombú.
No te comeré.
-Ja,
ja- rió el jabalí.
–No
te comeré... cómo si pudieses...- el espíritu primero se puso
serio pero enseguida cayó en la cuenta de que el animal tenía razón y
rió junto con él.
Los
dos se acomodaron protegidos por el follaje.
Por esas horas la tormenta se hacía más y más violenta.
-¿Qué
es lo que sabes?- comenzó Puma.
-En
Tandil- explicó sin rodeos, -ha crecido un enorme tallo que parece
indestructible.
Tal cual el
cuento aquel de las habas mágicas, en que la planta subía hasta las
nubes...
Puma
respiró más aliviado.
-...Parece
tratarse de un vegetal modificado por los humanos; muchas personas lo
visitan y por la noche, cuando el gentío se disipa, nos acercamos los
animales.
Hay unos perros
guardianes, pero se los puede distraer para acercarse.
-¿Tú
lo has visto de cerca?- se interesó Puma.
-Casi
todos los días.
No tengo
problema para entrar; los canes ya no intentan atraparme; se han dado
por vencidos.
Es una planta
de buen sabor.
Da unos
frutos pequeños color rozado que saben a carne de buey.
-¿A
carne?- se extrañó nuestro amigo.
-Así
es, yo he degustado toneladas de ellos, son deliciosos.
Pero dime, ¿qué es lo tienes que hacer con ese tallo, si se
puede saber?
-Por
ahora es secreto- mencionó el espíritu del bosque, -pero puedo
anticiparte que traerá la felicidad de todos si tengo éxito.
-¿Puedo
ayudar?- ofreció el jabalí.
–Mi
perseverancia para lograr objetivos sería de gran utilidad.
Tal vez alguna tarea menor o lo que fuese.
Sería para mí un honor ayudar a los legendarios guardianes.
Puma
meditó unos minutos sin emitir palabra.
Cuando alguien deseaba ingresar al Consejo, cosa que podía
solicitarse, la propuesta se analizaba con el resto de espíritus hasta
llegar a una decisión.
De
todas formas no había aún savia mágica para poder totemnizar a
alguien, pero correspondía llevar la solicitud del jabalí al Consejo.
-Llevaré
tus palabras ante el Consejo de Tótem y conocerás la respuesta
cuando sea tu tiempo-
aclaró
Puma.
El jabalí no
conocía por suerte la verdadera misión; Silencioso podía
perderse de vista cuando rumbease hacia el auténtico tallo especial,
para que el otro animal no sospeche, aunque los dos tallos estaban en
Tandil, y sería muy difícil mantener una custodia que pase inadvertida
por casi cinco años –el tiempo necesario para que el árbol esté
listo.
-Tienes
mi palabra.
Si me
necesitan, ayudaré con lo que sea- añadió el jabalí antes de partir.
Algo
llamaba especialmente la atención de Puma en ese animal.
Además de su implacable perseverancia, demostrada ya en el
asunto de observar al guardián pese a que éste deseaba devorarlo, había
cierto aire de honor que se respiraba a su lado.
Acostumbrado
a no desoír las señales que el Gran Jefe pone en el camino, Puma
Silencioso decidió no pasar por alto aquel detalle.
Mediante un profundo y agudo rugido, comunicó a Cóndor
Libertador que necesitaba la presencia del espíritu
especializado en el arte de imaginar.
El
plan de Puma era poner alguna prueba a aquel jabalí, que le
demostrase si estaba frente a un posible futuro totemnizado o sólo había
sido la suya una impresión equivocada.
Cabe aclarar que no sería el jabalí mismo a quien se
totemnizase -en caso de confirmar los augurios- sino que sus dones se
sumarían a los de un humano que también estuviese listo para ello.
Fue
así que Cóndor Libertador viajó hasta el África, lugar donde
habitaba la antigua guardiana inventora...
Pantera Creativa masticaba carne aún tibia cuando Libertador
la avistó desde lo alto.
Entendiendo
su mensaje, montó en panadero y partió rumbo a las tierras americanas.
Estando
aún bajo el ombú, pese a que la tormenta ya amainaba, Puma
recibió a Creativa; le explicó con detalles lo que buscaba y
siguió entonces con la importante misión que lo había llevado hasta
allí, mientras Pantera se encargaba de lo suyo.
Llegado
a Tandil, por la noche, Silencioso se encaminó primero hasta
donde el relato del jabalí ubicaba al extraño tallo gigante...
|
Nadie
rondaba por esa zona.
Los
perros de guardia, tal cual habían sido descritos, eran los únicos que
custodiaban el acceso para humanos.
Como buenos ejemplares de su especie, supieron reconocer a Puma
ni bien lo vieron asomarse y no emitieron el más mínimo ladrido.
El
espíritu del bosque se acercó entonces hasta el enorme tallo.
Medía unos quince metros ya y su aspecto fresco denotaba que
seguiría creciendo.
Sus
frutos eran algunos pequeños y rozados, y por las zonas altas, donde
seguro el jabalí no había llegado a ver, había otros más grandotes y
redondos como tomates, de un color rojo punzante.
No eran tomates, mas parecían.
Puma
golpeó la corteza para estimar la robustez de la planta.
Sorprendentemente, el vegetal dejó escapar un sonido
profundo como salido de un tubo.
Era
hueco por dentro.
Ya
que medía unos dos metros de diámetro, cabía la posibilidad de
abrirse paso tras la corteza y zambullirse en su interior, para ver de
qué se trataba...
Haría
eso Puma... ¿Qué piensan ustedes?
Pues
lo hizo.
Rasgó una pequeña
portezuela por donde cabía su cuerpo, y sin más luz que la proveniente
de los astros y la blanca Luna, Silencioso saltó dentro de la
planta.
Mientras
lo hacía, por su cerebro cosquilleó una inquietante idea quizá digna
de la imaginación de Pantera Creativa: Si los frutos tenían
gusto a carne como aseguró el jabalí, sabiendo que es muy difícil
sino casi imposible que una planta fabrique frutos con tejido animal,
tal vez el tallo era un inmenso vegetal carnívoro, que atraía a sus
presas con el misterio de su oquedad, luego les facilitaba el acceso
mediante una corteza no muy gruesa, fácil de cortar, y por último se
cerraba digiriendo al huésped y llenando con sus restos los pequeños
frutitos.
Si
así era, ya estaba cayendo adentro, así que estaba por enterarse...
Confirmando
las peores expectativas, unas vez dentro la improvisada puerta cicatrizó
a gran velocidad, cerrándose por completo.
Puma estaba ahora rodeado del enorme tallo, parado sobre lo que
parecía un suelo tremendamente húmedo.
Hacia arriba, una luz escasa lograba colarse a través de la
delgada corteza; pero no alcanzaba para distinguir nada con claridad.
La sensación allí se tornaba a cada instante más mojada y ácida.
Todo parecía indicar que se trataba de una especie de estómago.
De
repente, sin mediar preámbulo alguno, la habitación cilíndrica se
encendió con una luminosidad verdosa y empezaron a oírse palabras:
“Puma... Puma Silencioso...
Guardián
del fuego de la vida...
Lo
que escuchas es la voz del reino vegetal; te hemos traído hasta aquí
para poder ayudarte en tu misión; pregunta lo que quieras y obtendrás
las respuestas que necesites para cumplirla...”
Era
esa la primera vez que Silencioso oía hablar a una planta.
Sabía por experiencia que los árboles, que son los seres más
sabios del bosque, tenían otras formas para hacerse entender.
Así que esa situación le resultó muy sospechosa.
-¿Cuál
es mi misión verdadera?- inquirió el espíritu del bosque.
-Mantener
vivas las especies del planeta- respondió el tallo.
A medida que hablaba, la intensidad de la luz verdosa iba
modificándose, como siguiendo el ritmo de cada oración.
-Pero
yo quiero saber ¿cuál es la misión exacta que debo cumplir ahora?-
insistió Silencioso.
-¿Pues
no lo sabes tú?
¿A qué
has venido entonces hasta aquí?- repreguntó el supuesto vegetal.
Puma
confirmó sus sospechas de que aquello no era más que una sucia tramoya
de algún conjunto de espíritus malvados, que de seguro sospechaban la
existencia de una misión con importancia para los guardianes del fuego
de la vida, y querían averiguar de qué se trataba para interponérseles.
En
efecto, la planta comenzó a inquietarse al no obtener lo que buscaba y
sus palabras se tornaron más nerviosas: -Bien, bien; di para qué
viniste que se acaba el tiempo.
Puma
respiró profundo –pese a lo molesto del ambiente que lo rodeaba- y
lanzó un atemorizador rugido.
Las
paredes del alto tallo vibraron.
Ya
sintiéndose sin chances de engañar al espíritu del bosque, los
malvados decidieron acabarlo aprovechando la situación ventajosa de ese
momento.
Unos jugos
ardientes comenzaron a precipitarse en torrentes sobre el lomo de
Silencioso.
Cada gota
lograba quemarle el pelaje y levantarle las primeras ampollas.
Desde
dentro, pese a que casi ya no servía aquel aire para respirar, nuestro
amigo rasguñaba y rasguñaba con las potentes garras para abrirse una
nueva portezuela y poder escapar a la inminente digestión de que estaba
por ser objeto.
Pero las
paredes resultaban inusualmente rígidas.
Los
jugos ácidos seguían cayendo y Puma casi había agotado sus
esperanzas, cuando logró oír golpes y ladridos enfurecidos que venían
del exterior.
Pronto,
un atisbo de brisa se coló por uno de los lados.
Otro poco más... y por fin, un enorme tajo desgarrado desde
fuera, hizo el hueco suficiente para que Silenciosa dejase aquel
horrendo tallo gigante.
Al
salir, reconoció a los dos canes que no habían ladrado cuando él
llegase: eran nada menos que dos legendarios espíritus: Perro Sereno y
Perro Afable.
El primero
con su expresión tranquila y la baba chorreándole de los mofletes
peludos.
Y el segundo con
su lengua fuera en señal de afecto genuino y el pelaje recortado por la
claridad de la Luna.
El
tallo, expresión maligna de quién sabe qué espíritus oscuros, sabiéndose
derrotado inició un galopante marchitaje, quedando en minutos reducido
a restos secos que arrastraba cualquier ventolín, disgregándolos por
aquí y allá.
Mientras
Afable lamía las enormes heridas de Puma, Sereno decidió correr hacia
el este a buscar más ayuda.
Pronto
regresó con Cóndor Libertador siguiéndolo por lo alto, y el Lobo
Que Nunca Duerme en persona.
-Amigo
mío- se acercó el Presidente del Consejo a Silencioso.
–¿Crees que podrás llegar a la costa para aliviar tus
llagas con las algas del mar austral?
Puma
no respondía.
Pese a los
cuidados que ya estaba recibiendo, su situación era muy crítica; los
ácidos lo habían quemado por doquier, y el respirar aquellos vapores
corrosivos lo habían dañado mucho por dentro.
Apenas si podía tenerse en pie.
-Conocí
a un jabalí- llegó a balbucear el espíritu herido.
–Deseaba ayudarnos...- articuló el último vocablo y se tumbó
de lado haciendo temblar la hierba en derredor.
Lobo
asió del pescuezo al pesado Silencioso y a paso veloz lo remolcó más
de cien kilómetros hasta las playas.
Mientras tanto, Cóndor y ambos Perros, que los habían acompañado,
recolectaron las algas suficientes para tratar a su amigo y las
acercaron a su posición.
-Yo
cuidaré de Silencioso- indicó Impeesa; -ustedes tráiganme a ese jabalí.
¡Buena caza muchachos!
Unos
días después, Puma Silencioso comenzaba a recuperarse y de mañana,
aparecían tras los médanos Perro Sereno, el jabalí y un humano de
honorable estampa que los acompañaba agitado...
|