—Ja, ja, ja —la esfera Fu no soportó esa explicación y rompió en carcajadas—. ¡Pbpppprrrrffff! —eyectó y un olor fecal reemplazó momentáneamente al hermoso aroma de la Aldea.

—No le prestes atención —aconsejó el niño—, Kirminitsándilka tiene complejo de nébula espacial. Cree haberlo visto todo.

—¡Ya verás¡ —la dama gaseosa comenzó a perseguir al niño esfera, en una especie de simpático juego, correteando por la grava hasta perderse de vista.

—Haceme pie —pidió Fiorela a su esposo—. Quiero tocar la lluvia luminosa; me parece que si nos estiramos…

—Los ayudo —Pit se acercó y levantó con algo de esfuerzo a Román, que a su vez sostenía a Fiorela—. Son pesados los humanos… —murmuró.

—Es ella —rió el hombre mientras Fiorela refunfuñaba, pero se estiraba lo más que podía.

Subió tan arriba que la llovizna luminosa le bañaba el rostro. El organismo de la mujer se encendió desde fuera, resplandeciendo. Pausadamente mientras la sostenían, la claridad llegó hasta su interior.

—¡Fiorela! —gritó Román, pero ya era tarde: con una sonrisa apenas visible por lo que encandilaba, nuestro amigo presenció como su esposa se hacía energía y estallaba en un rocío amplio, regando la graba por doquier.

—¡Iúju! —festejó Pit—, ahora nacerán seres por todos lados. ¡Fiorela se ha convertido en parte de la Madre de Luz!

—¿Dónde está mi señora? —exigió Román, que a diferencia del resto de habitantes de la Aldea, se mostraba tremendamente ofuscado. Pero todos estaban muy ocupados recibiendo los capullos que surgían y observando de qué especie nueva era cada uno.

Román se sintió sólo; perdido en medio de una realidad que parecía arrancada de un cuento de hadas. —¡Quiero a mi mujer! —gritó.

Mas nadie lo escuchaba. Las ondas sonoras se perdían a lo ancho de aquella Aldea sin rebotar en ningún tímpano.

¿Qué hacer ahora?

Román decide correr de regreso al hoyo negro por el que habían entrado a la Aldea

Si en cambio pide a Pit que lo alce para pasar al mismo estado de Fiorela - suponiendo que ella aún existiese -