—¡Súbanme! Por favor —suplicó Román.
El hombre hoja de papel crepé levantó al niño lila de su misma especie; éste
hizo lo propio con Bet, que mantenía al humano sujeto por las rodillas.
—¡Gracias! —susurró Román mientras su torso se ponía luminoso como el sol y el
cuerpo entero le estallaba en mil gotitas de radiante felicidad…
Román ya no existía como tal, pero de alguna forma acababa de entrar en una
conciencia colectiva del cosmos.
El pasaje hacia esa conciencia ocurrió de manera que el hombre, en realidad su
propia concepción de sí mismo, se hacía más y más grande.
Al principio notó que la Aldea se veía pequeña, cual desde el aire, como si
viajase en un avión y estuviese viendo por la ventanilla durante un viraje. Pit,
Gu, Bet, Kirminitsándilka que continuaba persiguiendo a Fu, cada quien en su
tarea iba perdiéndose de vista.
Luego notó que la luz, toda esa lluvia energética que bañaba la Aldea, era tibia
y llegaba desde afuera. Se seguía agrandando. Unas celdillas contenían la zona
de la Aldea. Existían muchas otras celdillas contiguas. Y había cierta esponjosa
cubierta verde algo más arriba. |
¡La luz venía del Sol! ¡Estaba en la Tierra!
Román volvió la vista de su conciencia cósmica. Seguía ampliándose. La zona
verde era un tallo prolongado. ¡Una planta! ¡Un árbol! ¡Habían estado dentro de
un árbol!
Todos aquellos seres y aquella realidad fantástica que instantes atrás los
contenía, quedaban dentro de un árbol. Y estaba ralo, sin hojas como en
invierno. ¡Era un jacarandá!
Ya mucho más inmenso, Román pudo ver los escombros de su casa destruida por el
rayo y el resto de jacarandás que bordeaban el caminito nevado. Había unos
policías con Ramón, Carolina y Rocío. La pequeña no paraba de llorar.
—Estarán bien —aseveró Román, que aún se agrandaba, los veía chicos, diminutos,
diminutísimos, observaba el planeta, las estrellas, el universo azul…
Román y Fiorela ya eran cosmos y lo serían para siempre.
FIN |