Uno de esos días, flotaban admirando el paisaje helado en un valle de algún
planeta perdido en los confines de la Vía Láctea, cuando se cruzaron con
alguien...
—¡Ustedes! —los llamó.
Román y Fiorela habían adquirido tal tranquilidad en su estado, que pese a la
sorpresa no se asustaron.
Quien los convocaba tenía aspecto de panadero gigante. Cual las semillas del
cardo que vuelan rodeadas de blancos pelitos.
—¿Cómo es que se atreven a andar por aquí en este momento? —continuó— ¿Acaso no
saben que los están buscando desesperadamente? |
—¿Quién nos busca? —inquirió Román.
—La aldea —fue su escueta y puntual respuesta.
El panadero se proyectó en dirección al centro de la galaxia y sintieron que
debían seguirlo.
Lo hacen
En vez de ello, huyen hacia el espacio
intergaláctico, donde casi no hay planetas ni estrellas
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