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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 65)

¿Por qué huir? ¿Acaso escapaban de algo? ¿Habían hecho algo malo?

Nada de eso. El centro de la Vía Láctea era interesante. Mucha materia amarronada, discos concéntricos girando a enorme velocidad y un sinfín de agujeros negros de todos los tamaños.

Casi instantáneamente arribaron allí los tres. El panadero alienígena se presentó: —Deben registrarse conmigo; soy responsable por el conteo de individuos en esta zona del mundo; mi denominación es Dolfin.

—Pero... Dolfin, ¿de qué mundo hablas? —Fiorela estaba confundida.

—Les mostraré —pronunció con formalidad y los condujo raudamente por un corredor integrado de cuatro galaxias cercanas e infinidad de espacio vacío, incluyendo algunas nébulas aisladas y otros objetos espaciales que nunca habían imaginado.

—Pero por qué nos buscaban “desesperadamente” —preguntó Román una vez acabado el viaje. Según parecía, el alienígena llamaba “mundo” a toda esa enorme extensión del espacio.

—Es raro ver a seres de vuestra especie por aquí —explicó Dolfin—. Pero luego de que mis instrumentos los detectasen —señaló un complejo tablero con luces de colores, perillas y botones—, aparecieron otros dos individuos que los seguían y eran también... como les llaman... “humanos”, eso es, humanos.

—¿O sea que no pasan humanos por aquí? —preguntó Fiorela.

El panadero gigante extrajo una tira con anotaciones. —Digamos que ustedes y sus congéneres son los cuatro primeros en doce mil bosh.

No sabían cuánto era un bosh, pero había una idea que estaba preocupándolos...

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