¿Por qué huir? ¿Acaso escapaban de algo? ¿Habían hecho algo malo?
Nada de eso. El centro de la Vía Láctea era interesante. Mucha materia
amarronada, discos concéntricos girando a enorme velocidad y un sinfín de
agujeros negros de todos los tamaños.
Casi instantáneamente arribaron allí los tres. El panadero alienígena se
presentó: —Deben registrarse conmigo; soy responsable por el conteo de
individuos en esta zona del mundo; mi denominación es Dolfin.
—Pero... Dolfin, ¿de qué mundo hablas? —Fiorela estaba confundida.
—Les mostraré —pronunció con formalidad y los condujo raudamente por un corredor
integrado de cuatro galaxias cercanas e infinidad de espacio vacío, incluyendo
algunas nébulas aisladas y otros objetos espaciales que nunca habían imaginado. |
—Pero por qué nos buscaban “desesperadamente” —preguntó Román una vez acabado el
viaje. Según parecía, el alienígena llamaba “mundo” a toda esa enorme extensión
del espacio.
—Es raro ver a seres de vuestra especie por aquí —explicó Dolfin—. Pero luego de
que mis instrumentos los detectasen —señaló un complejo tablero con luces de
colores, perillas y botones—, aparecieron otros dos individuos que los seguían y
eran también... como les llaman... “humanos”, eso es, humanos.
—¿O sea que no pasan humanos por aquí? —preguntó Fiorela.
El panadero gigante extrajo una tira con anotaciones. —Digamos que ustedes y sus
congéneres son los cuatro primeros en doce mil bosh.
No sabían cuánto era un bosh, pero había una idea que estaba preocupándolos...
Continuar
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