Das unos brincos y salís del laboratorio. Tu agilidad te asombra. Te sentís
extremadamente libre en cada movimiento.
Abrís las dos puertas herméticas de salida dándote cuenta que de elegir otro
animal, hubieses quedado allí encerrado por siempre, ya que tener manos era
indispensable para maniobrar las bisagras.
Buscás la mesada del fondo pasando entre las patas de las mesas con frascos. Te
subís a una donde conviven miles de tubitos y diferentes formas vidriadas con
líquidos de colores, y rompés todo. Seguís adelante y cuando la encontrás, te
trepás hasta alcanzar el escritorio y ves un libro de anotaciones abierto
justamente en la página con el recuadro rojo.
Tu inteligencia se nota intacta así que intentás leer el texto para
traducirlo.... pero no se entiende nada.
Hacés memoria para recordar claves que hubieses aprendido alguna vez, pero no
las encontrás. Lamentás en este momento no haberte unido nunca a los scouts de
pueblo, que practicaban cosas por el estilo –bien te hubiera venido. Pero lo
hecho, hecho está. Deberá bastarte tu inventiva, o no podrás seguir adelante
como chimpancé. |
Después de varias horas andando por aquí y allá, leyendo y releyendo, se te
ocurre buscar las letras de tu palabra clave en el lugar que indicaba el número
final que te confió Peñasco, dentro de cada palabra del texto.
Lo hacés y te das cuenta que sólo con algunas de las palabras, se puede armar la
clave, empleando sus terceras letras –como indicaba el número.... Aunque ello no
te sirve de nada.
Pensás más y volvés a releer. De repente, te percatás de que sacando las letras
de la clave de las palabras que la contienen, pueden entenderse unas cuantas
frases.
_¡Vamos todavía! –gritás- aunque el sonido que emerge de tu boca no suena muy
comprensible.
Otra vez frente al cuaderno, con mirada muy atenta, leés lo siguiente...
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