El tiempo apremia y no dejarás sola a aquella indefensa joven. Darás tu vida de
ser necesario para salvarla.
A pocos pasos de la entrada al laboratorio, hay una estantería con frascos y
botellas. Una que te había llamado la atención especialmente, dice “H2SO4 98%”.
Agradecés en este momento la insistencia de la profesora Bordeleuve para que
conocieras las fórmulas químicas; es ácido sulfúrico concentrado.
Peñasco tiene la escopeta pero vos, de alcanzarlo, tenés el ácido. Asomás
entonces unos tímidos pelos de tu desparramada cabellera -mientras se encuentra
nuevamente dándote la espalda-, te metés completamente en la habitación,
levantás los talones del piso para alcanzar la pesada botella y, una vez que la
tenés entre tus manos, le quitás la tapa y lanzás el ácido sobre el científico.
Pero el ácido no sale; el frasco está repleto mas te avivás de que no habías
removido una tapita secundaria que calzaba debajo de la primera. Entre tanto,
cuando estás con los dedos tratando de quitar el tapón de tu arma química, el
profesor se percata de tu presencia y se torna rápido, blandiendo otra vez la
escopeta.
_Qué tenemos aquí... –se mofa- Dejá eso donde estaba que podés quemar a alguien
–te quita de un manotazo el tarro de sulfúrico y lo guarda entre otras botellas.
_Creo que me vas a servir para algo –dice sonriendo e indicando los tableros
donde cuelgan trozos diseccionados de personas.
Buscando respuestas para solucionar el trance del momento, te sale decir algunas
cuantas cosas: “Mirá basura, podés cortarme en pedazos si querés, pero antes, si
sos hombre realmente y no marica como me parece, cambiame por la chica que tenés
allá metida... –dudás un instante cambiando de rostro y achinás la vista
tratando de ver mejor- ¡Ya no está! –exclamás con preparada sorpresa, y en
cuanto el tipo se da vuelta para observar, asís los caños de la escopeta
llevándolos hacia el costado y lo golpeás con lo duro de tu puño en el estómago.
El otro se inclina casi escupiendo y aprovechás para terminarlo con un fuerte
revés sobre su nuca, con lo que queda desparramado en el suelo. |
Le sacás el llavero del cinturón y corrés hacia el aparato donde está
aprisionada la joven.
_¿Cómo te llamás? –le preguntás mientras hacés lo posible por abrir la cerradura
de la cabina.
_Me llamo Sabrina; el desgraciado éste es profesor en mi facultad y me pidió que
lo ayudara con algunos preparados para presentar en la fundación que él trabaja.
Yo lo acompañé y acá me tenés, cautiva a merced de sus locuras –notás que la
chica tenía necesidad de hablar con alguien que estuviera de su lado.
_Las llaves no abren –te lamentás.
_Están allá sobre el escritorio de mármol –replica ella- No me di cuenta de
decirte, entendé que estoy muy convulsionada por todo esto; no he tenido nada
que comer, ni siquiera agua desde que me metió acá. Y el maldito bla, bla, bla...
–la conversación monológica de Sabrina continúa mientras tratás de abrir con las
llaves que tomaste de donde ella te indicó.
_¡Listo! –gritás con ánimo y abrís la puerta de la cabina.
La chica sale y te besa y abrasa fuerte, largándose a llorar con las lágrimas
que le quedan. Entre tanto, por sobre su pelos llegás a ver como el científico
empieza a moverse.
Continuar
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