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EXPERIMENTO MORFO (pág. 18)

Si tus amigos no están allí ahora, por algún sitio deben haber salido, y lo único posible que se te ocurre, viendo lo resbalosas que parecen ser las rocas de las paredes, es que haya una salida bajo el agua.

Tomás aire y te sumergís, pero en cuanto lo hacés, ves cara a cara a una bestia subacuática con forma de saurio o reptil, que te mira fijamente y abre luego su enorme boca yendo en dirección a vos. Te corrés refléjicamente y atinás a avanzar hacia el lugar de donde parecía venir el animal. Chocás contra los adoquines fríos del costado y salís a flote.

Sin mucho tiempo para aspirar de nuevo, ves emerger al terrible animal y lanzarse hacia vos. Sin más opción que luchar o huir para sobrevivir, entrás lo más profundo posible en el foso y llegás de repente a un sitio donde la pared se termina. Buceás con todas tus fuerzas avanzando por el túnel submarino, sabiendo que el aire te es escaso y no podés detenerte ni un segundo.

Ya casi no te queda esperanza. Un dolor muy fuerte te invade las sienes. Das tus últimas brazadas según pensás y comenzás a divisar una luz adelante. Eso parece renovar el poco oxígeno útil que queda en tus pulmones, y nadas más hasta llegar a un punto en donde salís a la superficie. La bocanada de aire que tomás es tremenda; no creíste poder hacerlo de nuevo cuando estabas allá abajo.

Estás disfrutando del bello fluido respirable, cuando ves surgir al reptil, que te persigue mostrando sus colmillos. Te apresurás entonces a alcanzar la orilla y subís al piso de baldosas alejándote del líquido.

Te das vuelta y leés un cartel descolgado de una de sus puntas que dice: “BIENVENIDO”.

Corrés unos trancos y comprobás que el sitio está cerrado por rejas, como una especie de cárcel. Al otro lado de los barrotes, ves a Agustín sin una de sus piernas y a Daniel, ambos esposados a la pared.

Enseguida te saludan y te indican hacia atrás.

No sabés de dónde, pero un hombre encorvado aparece por tu espalda y justo cuando volteás te duerme de un golpe seco en la nuca, blandiendo un bate de madera.

Despertás esposado también junto a tus dos amigos, con una terrible jaqueca.

La vista la tenés nublada. Alguien te observa desde cerca, y tiene un aliento asqueroso. Cuando ves más nítido te das cuenta de que es Peñasco, que te escudriña como a una presa.

_Me llevaré a éste –indica al jorobado.

_Como usted diga, señor –te desencadena y te golpea nuevamente, con lo que volvés a perder el conocimiento.

Continuar

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