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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 146)

¿Qué patio, te preguntas? Pues el piso del Universo era un inmenso patio de baldosas (y cuando decimos “inmenso”, estamos hablando del inmenso más inmenso que puedas imaginarte).

No se lastimó con el golpe. Fiorela sorprendida fue recorriendo el patio, sobre el que lucía toda la belleza cósmica por la que acababa de caer.

—¡Bienvenida! —la saludó un huemul que hablaba—. Aquí vivimos todos los seres animados de buena voluntad. Animales, plantas, hongos, todas las especies y razas. Este es el hogar de la eternidad.

—Dime qué necesitas para ser completamente feliz —agregó el huemul con gesto serio pero bueno.

Fiorela extrañaba a Román y a sus hijos. Pero no quería pedir estar con los chicos, porque temía que aquel espíritu se los trajese (lo que significaba que se morirían). Por otro lado Román seguramente había subido por su túnel dorado y quizás estuviese bien en el sitio adonde hubiese llegado.

Pero sería bueno pedir encontrarse con él. O tal vez no...

Quizá nada necesitaba estando en el reino de la eternidad. ¿Pero sería aquel patio el Paraíso?

El huemul, que oía los pensamientos espirituales de Fiorela, le contó que esa era sólo una de las infinitas zonas del Paraíso.

—Mira —le mostró—, allá lejos —indicando como flecha con su rostro una estrella—, queda la entrada principal al Paraíso. Puedes pasar por allí y tendrás una visión más completa de todo.

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