Fiorela no se metería en el loco laberinto espacial. Como un flash, su memoria
trajo a recuerdo las imágenes del barrio de la infancia: se llamaba Parque Chas,
extraña zona de Buenos Aires con muchas calles curvas, enroscadas, algunas que
llegan a cortarse a sí mismas. Los vecinos foráneos solían extraviarse hasta la
desesperación.
Medio día más adelante, avanzado siempre por el mismo remolino, se abría en el
suelo turquesa una enorme pileta de natación. Por el costadito quedaban setenta
y cinco centímetros de corredor y más adelante el sendero turquesa continuaba.
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“¿Qué es esto?” pensó Fiorela. Como treinta bañistas refrescaban allí sus
espíritus. El agua era cristalina y la pileta profunda (no llegaba a verse el
fondo).
Nuestra amiga también podía darse un chapuzón antes de continuar. ¿Qué dices?...
Haces que Fiorela entre en la pileta
Haces que pase caminando por el
estrecho corredor lateral
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