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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 99)

Vuelas aquí y allá. Pero no es de ti, querido lector, de quien hablamos ¿o sí?

Es Román el que vacío de esperanzas busca aplacar su angustia dejándose arrastrar por la inercia. Atraviesa nebulosas repletas de polvo gris. Juega imaginando formas dibujadas entre los vapores espesos que continuamente se disgregan y reagrupan.

¿Y si se quedase dentro de alguna de estas nébulas, aunque no fuese para siempre?

Román busca aferrarse a un trozo grande y macizo de roca. Repleto de ellos estaba la nebulosa, como si de un campo de asteroides se tratase. Así que sin mucha dificultad, nuestro amigo halla uno suficientemente grande.

Tiene el tamaño de un campo de fútbol y ninguna forma descriptible en pocas palabras. Su superficie es verde y mineral, cubierta de sustancias humeantes, elevaciones abruptas y oquedades profundas.

El espeleólogo que Román siempre llevaba dentro quiso investigar. Cruzó tres vetas amarillentas que surcaban toda el perímetro de acceso a una cueva mediana. A pocos metros, la oscuridad socavaba un túnel serpenteante.

Algo le dejo a Román que no dudase en seguirlo...

Cinco minutos más adentro, al doblar por un recodo abrupto, los oídos de Román captaron algo conocido... Era aquél aleteo fatal... Ese que sin darle oportunidad había devorado el espíritu de su esposa.

Pero Román no tendría el mismo fin. Y lo sabía porque aunque siguió avanzando, con premura, negando para sí que buscaba su cuasi-suicidio, nada lo succionaba. Y el aleteo vibraba tremendamente fuerte.

Al rato, emergió por una especie de cámara interior de la caverna, donde la intensidad del metasonido resultaba máxima. Observó hacia arriba: había un hueco redondo del que provenía todo aquel bullicio. Objetos diferentes eran escupidos cada tanto desde allí.

E inesperadamente...

El hoyo se taponó deteniendo los aleteos medio segundo, tras lo cual Fiorela salió despedida con violencia y el ensordecedor murmullo volvió a recobrar su máximo esplendor.

—¡Román! —gritó nuestra amiga, que no se hallaba muerta dos veces ni nada de eso.

Ambos espíritus se fundieron en un reencontrado abrazo. Saboreaban una emoción colosal, pero no derramaban lágrima alguna.

Concluyeron que los espíritus no podían llorar. Pero sin importarles mucho eso, se alejaron cuanto más pudieron del aleteo constante. Avanzaron por la misma caverna sin mirar atrás, metiéndose dentro del asteroide, aunque no podía ser que esa roca fuese tan, pero tan inmensa...

El sonido resultaba ya inaudible. Román no sabía si lo estaba escuchando extremadamente suave u oía sólo su propio recuerdo.

La cueva continuaba...

Continuar

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