Treparon y treparon.
El tiempo se hacía eterno. Las horas no pasaban para los espíritus, o al menos
eso parecía. Los primeros atisbos de luz, pese a ser mínimos, fueron captados de
inmediato por nuestros amigos. Una jornada después, terminaban de escalar y
emergían hacia la arena rojiza por la garganta pedregosa de una sinuosa caverna.
—¿Dónde estamos? —se preguntó Fiorela— ¿A caso es Marte?
Nada de eso. Los médanos inmensos, las planicies de piedra y yuyos serpenteados
por finos hilos de agua, el Sol del tamaño que se ve en la Tierra, los
canguros... Estaban en Australia.
Caminando hallaron a otros espíritus como ellos que vivían allí, en medio del
inmenso desierto oceánico, alejados de las costas y la gente no muerta.
Al parecer aún tenían mucho por conocer. Nuevos paisajes e historias por
descubrir. |
—Lo que los vivos llaman muerte —comentó Jashir, uno de sus nuevos amigos—, no
es más que la forma en que pasamos a este estado espiritual. Y quién sabe
cuantas más muertes o pasajes nos esperan. La existencia sigue; sin absolutos,
sin Cielos ni infiernos, aquí en la Tierra al menos por ahora...
Era diferente. Fiorela y Román continuaban juntos. Sus amigos espíritus algunos
tenían a sus seres queridos consigo y otros no. Pero ninguno conocía la cueva
por la que atravesaron nuestros amigos para llegar allí. Todos habían muerto en
Australia.
Tal vez Fiorela y Román se animasen a regresar. Pero eso, eso será otra
historia...
FIN |