—Algunas veces, cuando las gotas se juntan mucho, pero mucho, llegan a chocar
contra la grava y florece un nuevo individuo. Yo florecí en el mismo jardín que
estaba regando cuando ustedes llegaron.
—¿Qué es la grava? —preguntó Román.
Curvando sus arrugas explicativamente, Pit los hizo entender que así llamaban al
piso que parecía de madera.
—¿Y por qué regabas la grava donde naciste?
Primero Pit sonrió, como pensando “qué pregunta tonta”, pero entendió que los
recién llegados no conocían nada por allí y se dispuso a aclarar la cuestión:
—Si uno no riega la grava propia, si no la cuida como el más preciado tesoro, la
grava muere y se forma un hoyo profundo, que puede acabar con la Aldea.
—¿Un agujero negro? —inquirió ansiosa Fiorela.
—Nunca vi uno —se disculpa Pit—, pero supongo que sí.
Tal vez estaban hablando de cosas diferentes. Mientras conversaban, Pit les fue
presentando a otros habitantes de la Aldea. Conocieron al señor Norkan, a los
jóvenes Gu, Fu y Bet, la señora Kirminitsándilka... todos eran bastante altos. |
Fu parecía una esfera llena de líquido, Gu y Bet se veían como Pit, hojas de
papel crepé. El primero lila y la segunda turquesa. En cuanto a la señora de
nombre muy largo, tenía aspecto de nebulosa. Era como un gas rojizo que no se
expandía, manteniéndose acumulado y hablando con una voz bastante chillona.
—¡Hooola! ¡Gusto conocerlos! —silbó Kirminitsándilka—. ¡Por fin llegan humanos a
la Aldea!
—¿Usted conoce nuestra especie? —ambos se sorprendieron.
—Por supuesto —silbó otra vez—. Conozco muchas especies. En la Aldea es donde
toman forma todas las especies que existen en el Ra. Ya sé que no conocen nada
llamado Ra, más que un antiguo dios egipcio, creo —esa mujer realmente estaba
informada—. El Ra es el sitio que ocupan los universos —prosiguió—. Yo por
ejemplo, soy el prototipo de la nebulosa.
Continuar
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