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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 48)

Había que estar loco para ir a ver la esponja que respiraba. Si acaso se trataba de algún animal dormido come-espíritus, terminarían devorados. Si resultaba ser un hongo o algún tipo de planta, también existía peligro de que fuese venenosa, o carnívora —espiritívora en este caso—.

Y aunque si se encontraban en las cuevas de acceso al temido infierno, lo único que lograrían descendiendo más sería meterse de lleno en ese tremendo lugar, también cabía pensar que aquel sitio fuese sólo una caverna subterránea y nada que ver tuviese con las catacumbas del maligno.

De una u otra forma, no encontraban otra solución que moverse hasta la entrada del pasadizo y bajar.

Fiorela condujo a su marido tomándolo de la mano con fuerza, temiendo perderlo de nuevo. La tuberosidad rocosa que descendía era amplia y transitable.

Estuvieron escalando hacia abajo durante días. Otra vez habían dejado de sentir cansancio. No necesitaban ni beber, ni parar para reponerse. La brisa aunque oscura, era amigable.

Quizá al tercer o cuarto día de continua trepada, notaron que no bajaban sino que subían. La gravedad tiraba hacia la zona de donde venían.

¿A caso estarían atravesando por dentro el planeta?

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