Curiosos son ambos... “¿Qué será esa esponja?” se preguntan.
Haciendo caso omiso de aquel viejo dicho de “la curiosidad mata al hombre”,
Román pide a su esposa que lo acompañe para investigar.
Cerca de pared cóncava, dura y gris, inflándose y desinflándose permanentemente
yacía aquél ser. No se parecía a ninguna otra criatura que hubiesen visto antes.
Tal vez se tratase de cierto hongo subterráneo. O tal vez no.
Román se anima y lo toca.
—Está frío... helado. —Mira a Fiorela y vuelve a intentarlo. Con ambas palmas
acompaña el respirar de la criatura. Su tegumento se palpaba terso. Cuando se
desinflaba le emergían unas pequeñas burbujitas de humedad por todos lados, que
se reabsorbían luego.
Román pidió a Fiorela que lo ayudase y trataron de levantarlo, pero parecía
arraigar en la misma piedra de la cueva.
—Apretémoslo —sugirió la mujer.
—Bueno, probemos qué sucede... —aceptó Román.
Ambos se apoyaron con decisión sobre la esponja. Y la caverna se iluminó de
repente. También refrescó, como si hubiesen girado un control de algún tablero
maestro que controlaba el ambiente por allí abajo. |
Sorprendidos, se tiraron con fuerza sobre la esponja y empezaron a presionarla
usando codos y rodillas.
—¡Saltemos! —se alegró Fiorela.
Ya subían y bajaban como en una cama elástica. La esponja comenzó a expeler
olores agradables y rugidos tenues, como de cachorro ronco.
Todo era luz y tranquilidad, hasta que el cuerpo de aquel extraño ente no
soportó más y cedió de repente. Román y Fiorela estaban cayendo nuevamente, pero
ahora lo hacían por un tubo con curvas reiteradas, suave cual tobogán acuático
de parque de diversiones.
Primero caían, pero luego los dos notaron que subían. Y más y más alto...
Hasta que el tubo terminó y cayeron en la superficie, junto a la casa, uno a
cada lado del inmenso remolino rojo, como recordaban de hacía tiempo atrás.
La esponja les había permitido volver a la misma situación original. Esta vez la
curiosidad no había matado al hombre. O eso pensaban...
Continuar
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