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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 36)

—No te soltaré, mi amor.

—¡Pero soy sólo mi cabeza! ¡Tengo todo el cuerpo arriba! —Fiorela, o lo que quedaba de ella, estaba desesperada y confundida.

Juntos se encontrarían muy pronto con el suelo. Román achinó los ojos y guardó la desgarrada cabeza entre los brazos y su pecho de espíritu, protegiéndola del golpe...

Pero no llegaba el impacto. Permaneció así, sin mirar siquiera alrededor, con la esperanza de al menos amortiguar la caída de lo poco que le quedaba de su mujer.

Cansado de aguantar, abrió los ojos y todo en derredor había cambiado. Fiorela trataba de despertarlo junto a la orilla del agua adonde lo había lanzado la cascada.

—¿Estás bien? —se alegró al notar que su esposo tosía y vomitaba un poco de líquido. —Casi te ahogas. No creí que intentaras pasar por la cascada. ¡Fue una locura!

—¿Qué pasó? —pregunta Román.

—Estábamos en casa, nos pegó un rayo, luego morimos, caíste junto conmigo al hoyo del remolino central y después de sumergirnos al agua oscura te perdí de vista. Pero ya estamos juntos. Eso es lo importante.

—Y el demonio... el que te... —el hombre nota que Fiorela está enterita, así que prefiere evitar el recuerdo que hasta recién lo atormentaba. —No importa. Mejor tratemos de salir de aquí.

—Hay un túnel hacia la derecha, que sube y sube no sé hasta dónde —lo lleva Fiorela ayudándolo a caminar.

Se asoman y notan un hermoso fresco en el rostro.

—Salgamos por aquí —se apresura Román. —Este infierno no me parece nada amistoso.

La mujer está de a cuerdo y entran al recoveco.

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