—No te soltaré, mi amor.
—¡Pero soy sólo mi cabeza! ¡Tengo todo el cuerpo arriba! —Fiorela, o lo que
quedaba de ella, estaba desesperada y confundida.
Juntos se encontrarían muy pronto con el suelo. Román achinó los ojos y guardó
la desgarrada cabeza entre los brazos y su pecho de espíritu, protegiéndola del
golpe...
Pero no llegaba el impacto. Permaneció así, sin mirar siquiera alrededor, con la
esperanza de al menos amortiguar la caída de lo poco que le quedaba de su mujer.
Cansado de aguantar, abrió los ojos y todo en derredor había cambiado. Fiorela
trataba de despertarlo junto a la orilla del agua adonde lo había lanzado la
cascada.
—¿Estás bien? —se alegró al notar que su esposo tosía y vomitaba un poco de
líquido. —Casi te ahogas. No creí que intentaras pasar por la cascada. ¡Fue una
locura! |
—¿Qué pasó? —pregunta Román.
—Estábamos en casa, nos pegó un rayo, luego morimos, caíste junto conmigo al
hoyo del remolino central y después de sumergirnos al agua oscura te perdí de
vista. Pero ya estamos juntos. Eso es lo importante.
—Y el demonio... el que te... —el hombre nota que Fiorela está enterita, así que
prefiere evitar el recuerdo que hasta recién lo atormentaba. —No importa. Mejor
tratemos de salir de aquí.
—Hay un túnel hacia la derecha, que sube y sube no sé hasta dónde —lo lleva
Fiorela ayudándolo a caminar.
Se asoman y notan un hermoso fresco en el rostro.
—Salgamos por aquí —se apresura Román. —Este infierno no me parece nada
amistoso.
La mujer está de a cuerdo y entran al recoveco.
Continuar
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