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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 8)

Una metralla de suaves chasquidos llamó la atención de ambos a espaldas de Román: era otro túnel, parecido al anterior, tubular y cristalino, del ancho necesario para que pasase un aeroplano por su centro.

Se agarraron fuerte de la mano y tanteando con cuidado, fueron acercándose para ver hacia dónde conducían.

Los dos senderos se veían bien iluminados, como si de un atardecer se tratase. El primero en surgir parecía algo más pequeño, de cuatro metros de ancho, digamos. Por el suelo se extendía una tersa superficie color turquesa claro, que inicialmente habían confundido con el pasto.

El segundo, también poseía esa especie de pasarela infinita –o al menos larguísima-, pero no era turquesa sino amarillenta, entre amarillenta y dorada para ser exactos.

Vueltos sobre los escombros de la casita, Román y Fiorela se detuvieron para reflexionar. Ya que habían aparecido esos caminos, tal vez deberían seguirlos. ¿Pero cómo?

¿Sería uno para Fiorela y el otro para Román? ¿Deberían separarse, por más miedo que les diera?

¿Y los chicos? ¿Qué pasaría con los chicos? De seguro que ellos, si llegaban pronto, no verían allí flotando a sus padres ni tampoco a los túneles.

—Me quedaré contigo —puso en claro Román. —Tanto si decidimos quedarnos donde estamos o entrar en alguno de los remolinos, lo haremos juntos.

Dicho esto, apretó más fuerte la mano de su mujer, pero notó un temblor por debajo. Sin que pudiesen evitarlo, por más fuerza que hacían, trastabillaron y cayeron sentados hacia uno y otro costado. En medio, otro enorme remolino empezó a horadarse, pero esta vez se oía como fuego y las paredes eran más bien rojizas, aunque mantenían la cristalinidad del agua.

En segundos, los dos espíritus estaban separados como diez metros. Román se puso en pie y trató de saltar hacia Fiorela, pero la distancia era demasiada. Corrió intentando bordear el remolino, mas resultaba inútil. Al acercarse, todo el piso también giraba y no le permitía moverse mucho.

Luego Román cayó en la cuenta de que tal vez, siendo espíritu, podría saltar flotando y volar sobre la gigantesca fauce de aquel rojizo túnel vertical, que continuaba ampliándose.

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