Creés poder llegar a tiempo al manojo de cables cercano a tu mano, y tirar de
ellos para desenchufarlos.
En cuanto Peñasco se retira para encender el aparato, empezás a deslizar tu
muñeca entre el metal y al cuerina.
Sabrina te implora “¡Rápido!”, vos le guiñás el ojo y llegás a los cables.
Empezás a tirar pero no se desconectan, lo hacés más y más fuerte en repetidas
oportunidades.
El equipo comienza a funcionar y la cámara de Sabrina se vuelve plateada. Un
susurro profundo invade la habitación. En un último intento desesperado, ya
sintiéndote muy extraño, das un tirón tremendo a los cables y los desenchufás.
El susurro se va atenuando de a poco, y escuchás los gritos del profesor lleno
de indignación.
Entra a la sala, se acerca al aparato y comprueba lo que hiciste.
_¡Maldito! –te grita y se abalanza para surtirte un tremendo golpe. Al momento,
balanceás el as de cables que todavía sujetabas, y lográs interponerlos entre tu
atacante y vos mismo, con semejante puntería que los extremos pelados que se
habían arrancado cuando jalaste tan fuerte, dan contra su rostro y chispean
eléctricamente hasta dejar al hombre fulminado sobre las baldosas. |
En una hora lográs soltarte. Abrís la cabina de Sabrina y la vez arrugada en el
piso. Le tomás el pulso, la respiración... Está muerta. Te conmovés mucho y
buscas un pañuelo en tu cartera para secarte la cara, pero no la encontrás.
_¿Dónde la habré dejado? –te cuestionás. Hacés memoria y notás recuerdos que
creías no conocer. Caminás y te cuesta no tropezarte. Te ves reflejado en el
vidrio y quedás pensativo...
Pronto comprendés: ya no sos vos mismo, sino que has pasado a ser Sabrina, en
mente y espíritu, aunque no en cuerpo.
No entendés lo que pasó con tu ex-espíritu de varón; lo buscás en el mono pero
también está muerto.
Salís entonces del castillo y volvés a la vida de todos los días, aunque esta
vez te contactás con el grupo gay del pueblo y adoptás hábitos de los que nunca
te hubieras creído capaz.
FIN |