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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 150)

No seguiría eternamente caminando por el remolino con suelo turquesa. A Fiorela siempre le habían gustado los juegos de ingenio. Crucigramas, laberintos, rompecabezas... Sabía que contaba con la habilidad suficiente como para enfrentarlo; así que entró al laberinto espacial.

Las paredes eran espejadas. Tocó una de ellas y sintió que podía pararse de costado.

Lo hizo. Caminó unos metros por la pared plateada, que ahora se había transformado en piso. También se podía transitar por el techo...

Los accesos, recodos, caminos falsos y verdaderos aparecían en todas direcciones. No se trataba de un laberinto bidimensional sino de un complejo entramado de tres dimensiones.

Como podía, fiorela fue dejando marcas, para no andar en redondo. Mentalmente llevaba la cuenta de sus movimientos, dividiendo las posibilidades en ocho octantes. Como no podía imaginar cuadrantes que le fuesen útiles, porque se desplazaba tridimensionalmente, se guió durante varios días por los correspondientes octantes.

No perdía la paciencia. Sabía que ese atributo en particular marcaba la diferencia entre desesperar y encontrar la salida.

Fue difícil, pero en el momento menos pensado, avanzando por un pasillo espejado idéntico a todo el resto de pasillos espejados, sabiendo que andaba por el octante de arriba y adelante a la izquierda, Fiorela halló la salida.

Afuera, estaba el espacio con estrellas y cometas.

Fiorela salió por fin y allí mismo se reencontró con Román.

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