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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 126)

Román tomó fuerzas y pasó rápido por la puerta que decía “BUDISTAS”.

Al otro lado se imbricaban luces y sombras. Encontró huecos y cáscaras de todos colores y por todas partes.

—¿Qué será ésta...? —un tubito con filetes turquesa le llamaba la atención especialmente y se acercó. Cuando estuvo al lado, la cáscara aquella lo sorbió de repente.

¡Tenía alas! ¡Y volaba!

Miró a los lados. Se acercó a un espejo de agua: el reflejo de un aguacil, una bella libélula, lo observaba...

Tomó altura para recabar datos más panorámicos.

¡Era Quiriché!

Román vivió los siguientes cinco años convertido en aguacil, volando por los mismos pagos desde donde había partido hacia la eternidad.

Rastreó a Fiorela entre las plantas, los insectos, los animales superiores, pero pocos entendían sus palabras y no muchos eran amistosos.

Devoró toneladas de mosquitos.

Un día, observando a Ramoncito mientras dormía en el departamento que Carolina había alquilado en Bariloche, el chico se asustó por el aleteo y de un manotazo certero, lo aplastó.

Román perdió gran parte de su chicha y quién sabe qué caminos y qué remolinos de colores visitaría entonces. ¿Cómo sería el Cielo de los aguaciles?

...

Por tanto, ten cuidado y respeta la vida de los insectos, animales y plantas. No vaya a ser que en un descuido aplastes a algún ser querido que te ande volando cerca.

Tal vez el tío cucaracha o el abuelo gorrión, quién sabe...

FIN

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