¿Por qué le interesaba tanto la pequeña puerta clara...?
Tal vez era la indicada. Y si no lo fuese, nada le costaría regresar y espiar
por alguna de las otras.
Cruzó la sala en dirección al cartel de ATEOS y entró.
Al otro lado comenzaba “la nada”. Tumba silenciosa; ausencia dormida
eternamente; vacío carente de sí mismo; sin color, ni oscuridad, ni luminosidad,
ni sonido, ni algo, ni nada.
De inmediato, en cuanto la puerta se cerró hermética, Román dejó de existir.
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Sólo vivía su recuerdo en las mentes humanas que habitaban Quiriché, en la de
los chicos Rosin, hasta en la mente de Fiorela que yendo por su pasadizo
turquesa había escogido otra puerta, una de las grades...
Pero el recuerdo aquél era sólo eso: recuerdo, porque carecía ya de fundamento
fuera del mero pasado, escrito exclusivamente entre neuronas.
Román no existía y nunca más lo haría.
FIN |