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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 106)

Había una terrible noticia; era para los chicos Rosin. Antes de hablarles, la señorita Watson, acongojada, pidió al bombero que la acompañase hasta la Secretaría del colegio, desde donde telefoneó a Carolina Rosin, quien vivía temporalmente en una residencia de Bariloche cuando daba sus clases de esquí.

Guadalupe y Carolina habían sido compañeras de estudio en el mismo colegio de Quiriché, donde ahora Guadalupe enseñaba.

Fue muy triste.

Carolina pudo llegar en seis horas a la escuela. Los tres hermanos se abrazaron fuerte. Un día después arribó Agustín al aeródromo y se reunió con su familia.

...

El tiempo se encargó de ir sanando las heridas.

Reconstruyeron la casita tal y como la recordaban. De alguna manera haciéndolo, volvían a tener un poquito más de sus padres, que la habían diseñado y construido con esfuerzo.

La última fotografía de los seis juntos, enmarcada en jacarandá, presidió durante muchos años el hall de entrada, donde solían sacudirse los pies de nieve y barro para no ensuciar adentro.

La vida continuó, el invierno anunciaba a la primavera, ésta al verano y otra vez volvía abril, con sus hojas amarillas, las ráfagas heladas y esas tardes de recuerdo, al principio nostálgicas y años después predominantemente alegres. Porque los recuerdos lindos prevalecían, como siempre sucedía en aquel hermoso planeta, de agua celeste y continentes marrón-verdosos, amigo de Kénguenkin y Yegüenon (el Sol y la Luna en tzóneka); aquel hermoso planeta llamado Tierra.

FIN

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