Había una terrible noticia; era para los chicos Rosin. Antes de hablarles, la
señorita Watson, acongojada, pidió al bombero que la acompañase hasta la
Secretaría del colegio, desde donde telefoneó a Carolina Rosin, quien vivía
temporalmente en una residencia de Bariloche cuando daba sus clases de esquí.
Guadalupe y Carolina habían sido compañeras de estudio en el mismo colegio de
Quiriché, donde ahora Guadalupe enseñaba.
Fue muy triste.
Carolina pudo llegar en seis horas a la escuela. Los tres hermanos se abrazaron
fuerte. Un día después arribó Agustín al aeródromo y se reunió con su familia.
...
El tiempo se encargó de ir sanando las heridas.
Reconstruyeron la casita tal y como la recordaban. De alguna manera haciéndolo,
volvían a tener un poquito más de sus padres, que la habían diseñado y
construido con esfuerzo. |
La última fotografía de los seis juntos, enmarcada en jacarandá, presidió
durante muchos años el hall de entrada, donde solían sacudirse los pies de nieve
y barro para no ensuciar adentro.
La vida continuó, el invierno anunciaba a la primavera, ésta al verano y otra
vez volvía abril, con sus hojas amarillas, las ráfagas heladas y esas tardes de
recuerdo, al principio nostálgicas y años después predominantemente alegres.
Porque los recuerdos lindos prevalecían, como siempre sucedía en aquel hermoso
planeta, de agua celeste y continentes marrón-verdosos, amigo de Kénguenkin y
Yegüenon (el Sol y la Luna en tzóneka); aquel hermoso planeta llamado Tierra.
FIN |