“Es tiempo de salir” —se dijo. Pero no lo lograba. Tampoco Fiorela había
emergido de su cadáver destrozado, por donde quiera que ahora estuviese.
Román sentía que había sido absorbido por algo...
“Era el cerebro. No, no... ¡El corazón! Tampoco...” sin darse cuenta, en
trocitos diminutos su existencia estaba pasando a unirse con la de sus
predadores. |
Era terrible. También el alma se partía en pedazos si uno se quedaba en el
cuerpo cuando te comían.
Así fue que Román y Fiorela se hicieron completamente parte de la Madre
Naturaleza, distribuidos por los confines patagónicos en cuerpo y alma.
FIN |